martes, 10 de noviembre de 2009

Tímida, regulación financiera mundial

In-Seguridad
29/octubre/2009

*La crisis, estructural, no recibe más que parches
*EU arrastra con México y el resto del mundo

En tanto no se emprenda una auténtica regulación del sistema y de los flujos financieros internacionales —y eso está como en chino, porque es parte del credo demagógico vigente que fundamenta y sostiene al “libre mercado”—, no habrá salidas de fondo a las continuas crisis que arremeten fuertemente contra las economías en desarrollo como la de México, pero que arrastran a la parte oscura del espectro a todos los mercados partiendo, desde los propios países desarrollados hacia la periferia.
Cuando no se originan siempre desde allá, como ocurrió con la reciente crisis profunda que padece la economía de Estados Unidos y que impacta a todo el mundo (que no siempre, porque las debacles estallan siempre por lo más frágil; y ahora el eslabón más débil son los propios estadounidenses). Y afecta a los países “en desarrollo” más de lo previsto, por la fragilidad y la elevada dependencia externa, como en el caso de la economía mexicana. Impacta mayormente desde luego a los países-mercado más vulnerables. La crisis le pega siempre más fuertemente a los más débiles.
Así están ahora las grandes economías primero, las dependientes después y las personas de todo el mundo al final resistiendo los oleajes por los impactos de esta crisis de carácter (con sus honrosas excepciones, claro, como China, India, algunos países de Asia).
Es decir, los gobiernos no hacen más que capotear las presiones tanto de arriba desde las propias asociaciones de empresariales, como de abajo, de los sectores laborales y el social en general, porque no tiene tampoco las medidas adecuadas. Y lo poco que pueden hacer no lo hacen.
El caso mexicano es típico—alumno modelo desde finales de los años 80 y principios de los 90, al menos para la escuela de los Chicago boys—, porque países como Chile en Latinoamérica, han crecido sin estar colgados del dogma monetarista de Milton Friedman, o digamos a los credos neoliberales de la “suprema libertada individual”, del ya viejo pero vigente “libre mercado” de David Ricardo.
Pero México no crece desde las crisis de los 80 para acá, porque al ser de los más papistas que el Papa, los gobiernos han optado por dogmatizar las doctrinas adoptándolas a pie juntillas, lo que no pasa con Chile que (luego de México también país modelo) ha soltado marras y adoptado políticas que le han permitido crecer. Al menos más que México, no obstante una riqueza petrolera dilapidada y que ha sostenido por muchos años los malos manejos de las finanzas públicas —léase la alta dependencia de los ingresos del petróleo.
Con todo y la desarticulación de un Estado antes promotor del desarrollo (recuérdese la Jauja del desarrollo estabilizador durante 40 años) y, para tapar la corrupción latente, la posterior privatización de las empresas paraestatales que generó uno de los mayores desfalcos a la nación, sin haber señalado ni castigar a los responsables, por cierto.
Pero hay más. Un principio del capitalismo neoliberal y globalizador que no está siquiera en los manuales de economía y finanzas de algunas de las principales universidades de los Estados Unidos: en Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) o Yale, de New Haven en Connecticut. Por cierto va de la mano de otro referente a que las empresas deben siempre ganar-ganar, y nunca perder. Resaltando, claro está, la supremacía del individuo por encima de todo, así se trate del atropello de uno o varios países.
Ese precepto que se esconde siempre, no obstante, también está relacionado con el papal que desempaña el Estado en un país capitalista —sobre todo en aquellos altamente desarrollados, como los propios EU— frente a sus clases más poderosas. De hecho los gobiernos son siempre serviciales a aquellos individuos que detentan el verdadero poder: el de los grandes capitales, sean locales o del exterior.
Y este principio es: el que gana-gana pero el que pierde no pierde porque socializa las pérdidas entre los clientes y hasta los no clientes. Sencillo. Por ejemplo, si un banco en un país cualquiera obtiene elevadas ganancias en una época de auge económico, quien al final de cuentas gana es el banquero y no los clientes (aunque obtengan ciertas ventajas, como mayores servicios y relativas facilidades para el crédito). Pero si el banco pierde no pierde el banquero sino la gente, porque ya sabe que o bien es rescatado por el Estado en cuestión, o bien no se lo perseguirá la ley para obligarlo a resarcir las pérdidas a los clientes. Y eso es válido para el resto del sistema financiero y en todos los países capitalistas del mundo.
En el sentido de llamar la atención, que no de resolver, ha sido el muy tímido el anuncio reciente del presidente de EU, Barak Obama, que antes de finalizar el año tratará de implementar “normas estrictas” al sector financiero, a efecto de “poner fin” a las conductas “imprudentes” y a las altas gratificaciones de los banqueros. También que las entidades bancarias “no podrán contar con el apoyo de la Administración” si no cambian sus arriesgados comportamientos. A sabiendas de que el Estado acude en su auxilio y luego todos, sociedad en general, pagan los platos rotos.
Tímida actitud, porque ignora que el sistema financiero de EU, y el mundial, está fuertemente articulado desde la posguerra, y que hacen falta otras medidas que no están en sus manos sino dependen del resto de países, Estados y gobiernos: como un estricto control de la política monetaria y una supervisión prudencial pero efectivo de la regulación financiera.
Mientras la recuperación de la actual debacle será muy débil, a países como México les toca recoger las migajas.
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(*) Sociólogo. Exdirector del periódico El Día.

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