martes, 10 de noviembre de 2009

Ejercicio autoritario del poder

IN-SEGURIDAD
27/octubre/2009

*Detener la inestabilidad y la parálisis
*Es buen tiempo para las definiciones

Al parecer a nadie le importa el país. El barco llamado México anda a la deriva entre la tormenta externa e interna, sin un capitán capacitado, sin rumbo claro; padeciendo, sobre todo, por la rebatiña de adentro. Porque la dinámica interior es la preponderante. Como en la dialéctica, importan las contradicciones propias, que son las determinantes; las de afuera son circunstanciales, pero no definitorias.
Si se arguyen pretextos de los impactos procedentes de afuera, son sólo eso: justificaciones. Llámese debacle económica global similar al hundimiento de 1929 (con sus excepciones como China a India), crisis en la economía de los Estados Unidos (arrastrada por el mercado inmobiliario), inestabilidad financiera de todo el sistema pero principalmente el bancario, caída de los ingresos petroleros por la baja del mercado mundial de consumo, bajo calificativo en el “riesgo país” (de las corredurías; es decir, del dinero fácil), ofensiva antiterrorista o de seguridad nacional (desde el vecino del norte), etcétera.
El caso es que ante los retos que tiene el país enfrente, nadie hace nada. Es una situación peor que de parálisis en todos los órdenes: el económico, el político y el social. De descomposición, más bien. Por eso lo que se hace es menos que mínimo. Ni siquiera lo suficiente, porque las muy limitadas decisiones están poniendo en peligro la sobrevivencia. Para el país, el “riesgo México” es muy alto. Se pone en cuestión su estabilidad, su seguridad, su crecimiento y, sobre todo, a su gente, a los ciudadanos.
Se vive una situación que pone en peligro la supervivencia misma del Estado. Porque los problemas están bajo sus límites. Y tienden a ser peores, como los indicadores económicos. Y no es alarmismo. Es la triste realidad. No digamos que los diagnósticos sobran, pero los hay. Y otras tantas soluciones.
Al piloto que le corresponde proponer, iniciar o emprender los cambios, no los hace. No los propuso al inicio de su gestión, no los hará a estas alturas del partido. O bien porque no tiene la visión para ello (ni como dirigente, menos como estadista), o no le preocupa resolverlos. Mal si es porque no quiere. O sólo quiere solucionar los que le interesan —los de un puñado de empresarios—, y no los del país (y ni eso, porque sería en el bienestar de todos, incluso de los pocos hombres muy ricos de este México con una gran desigualdad entre ricos y pobres).
Cierto que no es obligación sólo de Felipe Calderón. Pero él es el capitán de este barco que hoy anda a la deriva. En un régimen presidencialista, al presidente le corresponde, no obstante hay responsabilidad de las otras instancias —o poderes reales, constitucionalmente establecidos; que no los llamados fácticos, quienes mucho se imponen por encima de los demás—, aquellas que forman parte de la toma de decisiones. Las que contribuyen al equilibrio de poderes en un régimen democrático, como el que establece la Constitución.
Problema es que, sin una visión de mediano o largo plazo, ni un proyecto de país, en el “estilo personal de gobernar” de Calderón se refleja más su tentación autoritaria, que un ejercicio democrático. Es más adepto a imponer que a respetar las leyes en el marco de un Estado de derecho. Así lo hizo con la determinación de combatir, sin estrategia, y declarar la guerra al narcotráfico y al crimen organizado. Pero, sobre todo, echando al Ejército a las calles sin autorización de nadie; sólo como Jefe máximo de la Fuerzas Armadas.
No se olvide que el uso de la fuerza es el último recurso con que cuenta un Estado para enfrentar el problema de la in-seguridad. Pero Calderón lo hizo sin medir las consecuencias, derivando en una creciente violencia desde entonces. No porque no se combata al narco. Principalmente porque no se ha hecho con inteligencia. Como trastocando el corazón de su operación: los circuitos del dinero en los bancos de México, de EU y del mundo. Por eso es una guerra fallida, que el gobierno va a seguir perdiendo. Y el número de muertos lo delata.
Con todo, es responsabilidad de otras instancias que el país no se nos deshaga entre las manos. Del Congreso de la Unión. De la iniciativa privada. De los partidos políticos. De los gobernadores. (Ni mencionar a la Iglesia católica porque pronto arrebata en beneficio propio). De los ciudadanos. Y de los comunicadores.
Pero al parecer son las partes que pelean su parte, y no se preocupan por el todo. Como sucede en estos momentos. Los actores implicados en decidir el futuro del paquete fiscal, para el ejercicio del 2010, pelean más por imponer sus condiciones que ver el interés de la nación. Hay presiones y posturas encontradas desde los partidos políticos, el mismísimo gobierno y también por la iniciativa privada.
Todos quieren su rebanada del pastel. No ven que el pastel se está cayendo en pedazos o está muy dividido. Así, la rebatiña por la Iniciativa de Ley de Ingresos 2010, es un buen ejemplo de lo mal que anda el país (porque es una propuesta para salir del paso, más no para impulsar al país hacia el crecimiento y el desarrollo), y del maltrato que le propinan aquellos que tienen en sus manos resolverlo. Los ciudadanos somos expectantes de lo mal que se dirige este país, de la falta de proyecto y de visión. También las víctimas de sus consecuencias.
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(*) Sociólogo. Exdirector del periódico El Día.

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