martes, 10 de noviembre de 2009

A 20 años del Muro de Berlín

IN-SEGURIDAD
9/noviembre/2009

*Hoy, una fiesta para los alemanes
*Preludio del derrumbe de la URSS

La noche del 9 de noviembre de 1989 fue el día que cayó el Muro de Berlín. A partir de esa fecha, la barrera de la ignominia que separaba a dos sistemas económicos, políticos y sociales contradictorios entre sí, también calló. El anuncio se hizo a las 19:04 hora local en conferencia de prensa, en el Centro Internacional de Prensa en Berlín Oriental, por Günter Schabowski, un funcionario de primera línea del Partido Socialista de la Unidad de Alemania (SED) y también portavoz del gobierno de la República Democrática Alemana (RDA).
El Muro se había planeado como secreto de Estado por la administración de la RDA. Y los 120 kilómetros de extensión y 3.6 metros de alto, fueron construidos a instancias del SED entre la noche del 12 y el 13 de agosto de 1961. El muro era un producto de la resaca de la Guerra Fría, y de la división previa del mundo en dos proyectos: el oriental comunista dirigido por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y el occidental de entrañas capitalistas e impulsado fuertemente por los Estados Unidos y la misma Europa de Occidente.
El Muro no sólo había dividido en dos a Berlín, también había partido el corazón de Europa y separado vidas y familias enteras. Muchas historias de personas comunes y corrientes se entretejieron de entonces, quienes a su manera padecieron el divisionismo de dos sistemas y el impedimento que les representó el Muro en sus vidas.
No obstante que la frontera entre los dos países estaba protegida por una valla metálica, cables de alarma, trincheras para evitar el paso de autos, una cerca de alambre de púas, más de 300 torres de vigilancia y treinta bunkers, durante los 27 años de existencia del muro, se habían registrado unas 5 mil fugas del oriente a occidente, pero también habían muerto unas 192 personas y otras 200 habían resultado gravemente heridas.
Renuentes, los alemanes orientales, los occidentales mantuvieron siempre fresca la esperanza de que la separación cayera por su propio peso, pero sin saber cuándo ni cómo. Pero el 9 de noviembre de 1989 se habría hecho realidad la predicción del canciller federal Willy Brandt, que “en Berlín se ha unido lo que está hecho lo uno para lo otro”.
La caída del Muro fue el parteaguas de la libertad, y de la democracia en la que siempre creyeron las dos ciudades berlinesas (porque en la práctica eran dos). Sin ser la única causa, pero simbólicamente preludió el derrumbe de la URSS. La perestroika de Mijaíl Gorbachov que intentaba reformar el sistema socialista se puso en práctica en 1985, pero las contradicciones internas se desbordaron y salieron de control. Los cambios económicos (perestroika) y los políticos (glasnost), derivaron en sendas vías para el descarrilamiento de un tren que avanzaba a marchas forzadas y con carros oxidados. Con un Estado corroído por la excesiva burocratización, un control férreo del aparato estatal y la extensión de los poderes fácticos, el sistema soviético tocaba a las puertas de su propia descomposición.
La Guerra Fría llegaba a su fin, y nuevos aires de libertad venteaban para los países de la otrora órbita soviética, los regímenes de la Europa del Este. La URSS agonizó el 19 de agosto de 1991, cuando Gorbachov perdió el control y Boris Yeltsin llamó a la desobediencia civil. Era el último día del PCUS y de la Unión Soviética. Ambos habían colapsado desde adentro. Pero la caída del Muro había sido una señal importante. De lo que se esperaba pero nadie sabía cómo ni cuándo devendría.
Para la historia mundial, pronto el mundo occidental del imperialismo boyante durante toda la posguerra, se apresuró a cacarear con sus fieles ideólogos el “fin de la historia”, el predominio y la “victoria del capitalismo”. Lo cierto fue que el comunismo, o el llamado “socialismo real”, perdieron la carrera económica frente a occidente. El “comunismo” estalinista y sus secuaces que lo sucedieron, se quedaron cortos porque confundieron, desde los tiempos de Stalin, la “dictadura del proletariado” de Marx, con la dictadura de un personaje y el control desde la burocracia enquistada en el Estado soviético, de la vida política y social de uno y varios pueblos de la llamada órbita soviética.
El caso es que los alemanes vivieron no sólo incrédulos el derrumbe del Muro de la ignominia, sino inciertos de su futuro inmediato. Nadie sabía cómo iba a ser la unificación o reunificación de los dos países en uno. De las dos ciudades en una. Ni adentro ni afuera. Tampoco qué ocurriría con la nueva Alemania, una vez avanzada la reunificación, con el resto de Europa y en el mundo.
Aún ahora, dicen desde los mismos protagonistas que con picos, cinceles y marros contribuyeron al derrumbe del Muro aquél día hace 20 años, que pueden ser muchas las explicaciones de las causas. Casi tantas como el cristal con que se mire. Lo cierto es que desde entonces afloraron las miles de historias personales. Sobre el cómo cada quien padeció la separación por causa del Muro.
Al fin, como recuerda el periodista alemán Klauss Harpprecht, “Thoman Mann fue quien al fin y al cabo acuñó la bonita frase de que la misión no es la germanización de Europa sino la europeización de Alemania”. Eso es lo que celebran hoy los alemanes: para sí y para todo el mundo.
Hoy Alemania sigue trabajando por la reunificación y por la recomposición de su vida institucional. También por consolidar su proyecto nacional con una Ley Fundamental por delante. Una ley que pone enfrente los derechos civiles del ciudadano. Conscientes todos de lo que vivieron en el pasado reciente y el desprestigio que les costó el racismo y el antisemitismo de la primera mitad del siglo XX. Entre otras cosas.
En fin. Lo que para los alemanes es una fiesta hoy, para el mundo la caída del Muro significó uno de los más importantes sucesos del siglo XX.
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*) Sociólogo. Exdirector de El Día.

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