martes, 10 de noviembre de 2009

Factores de riesgo

IN-SEGURIDAD
3/noviembre/2009

*Inercia del 2010, año de fiesta y celebración
*Indeseable, el escenario de “México bronco”

No hace tanto compartía con un amigo una preocupación cada vez mayor —me decía él— desde las altas esferas del gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa, en el sentido de lo que pudiera pasar el año entrante; lapso de la celebración de dos acontecimientos claves en la Historia de México; como todos sabemos, el Bicentenario de la Independencia nacional y el Centenario de la Revolución Mexicana.
Se trata, casi nada, de los años de 1810 y 1910 que representan para la conciencia colectiva fechas del inicio de dos movimientos sociales definitorios. Por lo mismo, son como dos fechas coincidentes pero de un gran simbolismo para los mexicanos (nada despreciables, porque recuérdese la importancia de insignias como la Virgen de Guadalupe —el estandarte de Hidalgo—, y otros símbolos patrios como la propia Bandera y el Himno Nacional). Y por ello mismo, factor de preocupación y ocupación por parte del sector de la inteligencia gubernamental: el Cisen, el Estado Mayor Presidencial, la Sedena. El presidente también.
Lo que quieren, desde el poder, es tratar de prever, analizando los escenarios posibles, lo que pudiera ocurrir en el entrante año 2010, y estar listos para enfrentarlos. No se dice cómo, porque también dependerá de las circunstancias, desde luego. El caso es que al gobierno, y al PAN como partido en el poder, a quienes les ha tocado enfrentar estas dos celebraciones fundacionales de nuestra nación, les está preocupando, ocupando y pensando en lo que pudiese suceder. Y no es para menos.
Desde luego que nadie quiere ni espera otra explosión social —ningún derramamiento de sangre entre hermanos—. Pero lo cierto es que lamentablemente ese es uno de los escenarios posibles. El tan mencionado despertar del “México bronco” como posibilidad. Porque los problemas que trastocan la conciencia colectiva —y tienen que ver con la incertidumbre social en que se vive, con la inestabilidad económica y política que transcurre, y hasta la propia in-seguridad que le pega al corazón de las familias, luego del despliegue de tantos y de todo tipo de delitos, que se han infiltrado a la sociedad de todos los niveles y estados del país—, tampoco son menores.
Pero ninguna movilización violenta es deseable, y menos a estas alturas, porque derivaría en incontables víctimas. Mucho menos cuando implica el involucramiento de amplios sectores de la población: trabajadores, campesinos, clases medias, etcétera. Porque situaciones como esas tienen comienzo pero no tienen fin. Véase la manifestación última, la revolución cristera en la historia reciente, el número de víctimas que trajo consigo. No se diga, lo todavía más fresco, y relativo a la movilización estudiantil de 1968, y sus secuelas. Para no ir a ejemplos históricos de otros países. Y las víctimas pasan a los anales de las estadísticas, o como mártires pero nunca como muertos deseables. Pero, hay que insistir, el peligro de otra explosión social sería de magnitudes impredecibles e incalculables, pero igualmente indeseables.
Mientras tanto, los festejos del 2010 se planean como eso: como fiestas. Que las habrá y muchas en todo el país. Tanto organizadas por el gobierno federal (habrá un cierto grado de “derroche”, porque se gastará al grado de lo superfluo), como las que en cada estado realicen las autoridades locales para conmemorar a su modo, tales y relevantes movimientos sociales definitorios y, hasta dijéramos paradigmáticos —en el sentido del rompimiento de paradigmas en la ciencia que plantea de Thomas S. Kuhn—, de la historia mexicana como nación, como país y como Estado.
Como fiesta, el 2010 entonces no pasará del derroche. Pero como escenario posible la preocupación es real. Porque el mismo gobierno sabe que hay condiciones que pudieran derivar en otra revolución social en México. No como escenario deseable, sí como posible. Y no se habla de cualquier instancia, sino de las relativas a la seguridad nacional del país, las que estarían analizando los escenarios de lo que pudiera ocurrir.
Además de las condiciones sociales tan descontroladas —comentaba un servidor con este amigo del que omito su nombre por razones obvias—, le insistía precisamente en el simbolismo del que hablaba antes. Pero le agregaba otro elemento: la sinergia del 10 (1810, 1910, 2010), de por sí puede alentar a los mexicanos a comenzar un movimiento. Con un riesgo, y muy alto también. Si el presidente Felipe Calderón no le midió bien a la lucha contra el narco y eso le ha creado muchísimos más problemas del que ha intentado resolver… Hay otro peligro. Con el Ejército en las calles del país el temor de una represión generalizada como primera medida, estaría en la palestra. Y eso es muy peligroso, porque implicaría una reacción violenta desde el propio gobierno.
Es decir, si por las características que sean, se inicia una movilización, la tentación de la represión será una amplia posibilidad. Porque de la misma manera que Calderón ha descompuesto al país con esa falsa lucha antinarco —fallida por no planeada, porque como lo dicen los especialistas: la batalla contra las drogas es económica y no de balas; esto es, que se deben atacar los círculos del dinero y no sólo caza cabezas sin mayores alcances—, igualmente lo trastocaría con el uso del Ejército. Y eso es, antes que todo, un peligro que devendría desde el propio gobierno.
En su lugar, las celebraciones podrán servir para hacer un replanteamiento de nación. Porque igualmente se producirá un número importantísimo de estudios, análisis y publicaciones que servirán de marco para esto. De foros, conferencias, discusión social amplia para que como mexicanos estemos contribuyendo a definir un rumbo claro y un proyecto de país que el gobierno no tiene. Ese sí que sería un escenario posible y el más deseable. Por el bien de todos.

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(*) Sociólogo. Exdirector del periódico El Día.

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