martes, 8 de diciembre de 2009

Democracia y legitimidad

INSEGURIDAD
08/diciembre/2009

*Entre lo ideal y lo posible
*Apostarle al cambio de fondo

Bajo el principio ideal y democrático de que es al ciudadano a quien le corresponde, haciendo uso del derecho de emitir su voto en tiempos electorales, designar a cualquier otro ciudadano como su representante en un cargo de gobierno, o en instancias legislativas —en todo caso, claro, bajo las siglas de un instituto político—, es por la votación por lo que se deciden las preferencias por determinados individuos o partidos. A tantos candidatos corresponde determinado número de votos. Así se definen ganadores que asumen sus cargos y perdedores se van a su casa.
Ocurre que si los procesos electorales son limpios y transparentes, los ganadores son reconocidos y respetados. Se erigen con la legitimidad del voto y asumen su responsabilidad con la calidad política y moral suficientes para emprender las acciones prometidas en campaña. Los programas de gobierno salen de los principios partidistas y del diagnóstico de las necesidades mediatas e inmediatas del estado o país en cuestión.
Esto puede darse en un país con una democracia más o menos ideal. Pero lo ideal, o bien existe sólo en La Utopía de Tomás Moro, o mal aterriza únicamente en algunas democracias de ciertos países europeos muy desarrollados como Suecia, Finlandia, etcétera. (De todos modos, hay que considerar: “Democracia participativa” como principio de legitimidad; “democracia representativa” como sistema político, y “democracia como ideal”, como los tres aspectos, según Giovanni Sartori, para cuando se defina a la democracia).
Pero en el resto de países “en vías de desarrollo” infiltrados, y con sociedades controladas por una fuerte carga de intereses y unos medios de comunicación activos y al servicio del poder, un proceso limpio y democrático parece más un imposible. Aunque en la realidad no lo sea (aquí estamos entrampados los mexicanos, bajo la falsa creencia de que no podemos tener procesos limpios ni democráticos. Porque partidos, gobierno y los hombres que detentan el poder nos hacen creer que las “trampas” son parte intrínseca de toda elección; como por mala suerte, como especie de idiosincrasia de los mexicanos donde “el que no transa no avanza”), como lo hemos visto recientemente en elecciones de países como Uruguay y Bolivia.
Así, en nuestro país ganan siempre aquellos políticos que son apoyados o impulsados y asociados por los hombres que detentan el poder. Muchos del sector empresarial, el resto del político y gubernamental —funcionarios en espacios clave, bajo designios del poder presidencial— donde las determinaciones se toman sin tocar siquiera aquellos intereses que los sostienen. Eso sucede en toda sucesión presidencial. Y para mantener el control de otros poderes auxiliares o aleatorios, como son los espacios en instancias legislativas y judiciales. Por eso vemos que muchos políticos, los más visibles, rondan de un cargo de “elección popular” a otro, gracias a la trampa de la “representatividad proporcional”.
Los partidos mayores, el PRI y el PAN, son los que portan la batuta. No por grandes o más viejos, sino porque en la historia y en el ejercicio de gobierno, ambos partidos han dado muestra de garantizar y mantener una relativa estabilidad política —ante cualquier desbordamiento de cualquier alzamiento violento que parezca incontrolable (léase represión)— y social. (El PRI resultó servicial y por eso duró 70 años en el poder, colocando presidentes y haciendo la política; el PAN que no muestra talla en los retos que la propia iniciativa privada demanda, para garantizar un ambiente propicio para los negocios.) Preservar un clima lo suficientemente “sano” y bajo control, para la pronta y eficaz reproducción de los intereses que los capitales de los hombres ricos demandan sin chistar de nadie.
En otras palabras, es el dinero el que define ganadores y perdedores. Y así ocurre, salvo excepciones, en los espacios de gobierno y representación. Son los intereses en juego durante cada elección, los que deciden al ganador. El encumbramiento de un político en un cargo, conlleva ataduras y “compromisos”, porque los triunfos tienen dueños.
Más cuando las “trampas” se arman de muchas maneras en cada elección. Por eso se generan todo tipo de suspicacias, por la opacidad en el proceso electoral. No bastan los controles que pueda tener el órgano regulador, el IFE. Porque en el resto del proceso es en donde se arman las “trampas” que atentan contra la credibilidad. Las alianzas entre partidos y candidatos, con los que financian campañas, conforman la plataforma de arranque (los topes de campañas no se respetan; y eso no hay quien lo fiscalice, con todo y que el IFE diga lo contrario).
Aparece la compra del voto. Porque los montos de recursos definen el tamaño de la votación. Llegan los acarreos de servidores públicos. El manejo que de un candidato hacen las televisoras, resulta clave para el triunfo, porque venden una imagen, una pose, una etiqueta; no un candidato con soluciones.
Los resultados finales de una votación resultan, casi siempre, del tamaño de las trampas del proceso. Son, por cierto, algunos de los preceptos de todo fraude.
No resolver los problemas, es de pésima visión. No basta controlar a la población para ganar más invirtiendo menos. La política es más sana y la economía también, apostándole a la educación, a crear empleos, apoyar a las mismas empresas, etcétera a un proyecto incluyente y de largo plazo. Como dijo el recientemente ganador de la presidencia en Uruguay, José Pepe Mujica: “Hay de aquellos que no se den cuenta de que el poder no está arriba sino en el corazón de las grandes masas”. Pero sin legitimidad no hay democracia. Y sin democracia no hay gobernabilidad.


Correo: sgb33@hotmail.com, blog: http://lavidaespoesa.blogspot.com.
(*) Sociólogo. Exdirector del periódico El Día.

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